El Viaje Inesperado +18 - Parte 1

 


El sol de la mañana apenas comenzaba a calentar las calles cuando Laura, una joven de 22 años, esperaba en la esquina con su bolso al hombro. Llevaba un ajustado vestido negro que resaltaba sus curvas voluptuosas, sus piernas largas y tonificadas terminaban en unos tacones altos que añadían confianza a su andar. Su cabello oscuro, ondeando ligeramente por la brisa, enmarcaba un rostro moreno de labios carnosos y ojos profundos que parecían esconder secretos. 

El remis blanco se detuvo frente a ella con un suave chirrido de frenos. La ventanilla del conductor se bajó, revelando a Rubén, un hombre de 45 años, pelo entrecano y una mirada cansada pero atenta. Su camisa azul, arrugada por el trajín del día, no lograba ocultar sus hombros anchos, producto de años de trabajo. 

—Buen día, ¿vos sos Laura? —preguntó con voz ronca, mientras sus ojos recorrían su figura por un instante antes de posarse en su rostro. 

—Sí —respondió ella, subiendo al auto con movimientos fluidos, acomodándose en el asiento trasero. El aroma a perfume dulce y fresco llenó el espacio. 

Rubén ajustó el espejo retrovisor, captando su reflejo sin disimulo. —¿Vas al centro? —preguntó, arrancando el vehículo con suavidad. 

—Sí, a la calle San Martín —contestó Laura, sacando su teléfono para evitar más conversación. 

Pero Rubén no se rendía. —¿Trabajás por ahí? —insistió, deteniéndose en un semáforo en rojo. 

Ella alzó la vista, encontrándose con sus ojos en el espejo. Había algo en su tono, una calidez que no esperaba. —En una tienda de ropa —respondió, esta vez con menos frialdad. 

—Ah, con razón te ves tan bien vestida —comentó él, esbozando una sonrisa pícara antes de acelerar. 

Laura no pudo evitar una risa breve, casi involuntaria. —¿Siempre hacés cumplidos a tus pasajeras? —preguntó, jugueteando con un mechón de pelo. 

—Solo a las que lo merecen —dijo Rubén, manteniendo la mirada en la carretera pero con una expresión que delataba picardía. 

El ambiente en el auto se tornó más cálido, más íntimo. Laura cruzó las piernas lentamente, notando cómo sus ojos bajaron por un segundo hacia sus muslos antes de volver al camino. 

—¿Y tu esposa no te regaña por andar soltando piropos? —preguntó ella, con un tono ahora curiosamente coqueto. 

Rubén respiró hondo. —Bueno, a veces hay cosas que una mirada no puede evitar —murmuró, y esta vez fue él quien sintió el peso de su propia audacia. 

El silencio que siguió fue denso, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. El viaje continuó, pero algo había cambiado. Cada palabra, cada mirada, cada pequeño gesto, estaba teñido de una tensión que prometía más. 

Y el auto, siguiendo su ruta, avanzaba hacia lo desconocido. 

El remis se detuvo frente al local de ropa en la calle San Martín. Laura bajó la mirada hacia su teléfono, donde un mensaje del dueño del negocio confirmaba lo que ya sospechaba: "Local cerrado hoy por inspección municipal. No vengas." 

—Mierda —murmuró entre dientes, apretando los labios con frustración. 

Rubén, desde el asiento del conductor, observó su reacción a través del espejo retrovisor. Sus cejas se arquearon levemente al ver cómo sus dedos apretaban el teléfono con fuerza. 

—¿Problemas? —preguntó, dejando el motor en ralentí. 

Ella suspiró, alzando la vista hacia él. —Sí, el local está cerrado. No me avisaron hasta ahora —explicó, con un dejo de irritación en la voz. 

—Ah, mala suerte —comentó Rubén, aunque no pudo evitar que sus ojos bajaran, apenas un instante, hacia el escote de Laura mientras ella se movía en el asiento. 

—¿Podés esperarme un segundo? —pidió ella, abriendo la puerta sin esperar respuesta. 

—Claro, no hay apuro —respondió él, aunque sabía que cada minuto detenido era un viaje menos en su jornada. 

Laura caminó hacia la puerta del local, sus tacones resonando en la vereda. El vestido negro, ajustado a sus curvas, se movía con cada paso, dibujando el contorno de su trasero generoso. Rubén no pudo evitar mirar, apoyando el brazo en el respaldo del asiento mientras seguía su figura con la mirada. 

Ella intentó llamar a alguien, golpeó ligeramente la puerta, pero no hubo respuesta. Frustrada, regresó al auto con pasos más rápidos, sus caderas balanceándose con un ritmo que ahora parecía más pronunciado, como si el enojo acentuara su sensualidad natural. 

Al abrir la puerta del remis, se dejó caer en el asiento con un suspiro exasperado. —Llévame de vuelta a mi casa —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. 

Rubén asintió, pero en lugar de arrancar de inmediato, se giró ligeramente hacia ella. —Bueno, al menos tenés el día libre. Podés aprovechar para descansar, ¿no? —comentó, intentando animarla. 

—Sí, genial —respondió ella con sarcasmo, mirando por la ventana. 

Él no se dio por vencido. —Mirá el lado positivo… con lo linda que sos, seguro en tu casa tenés mejores planes que estar atendiendo gente todo el día —dijo, con una sonrisa que intentaba ser casual pero que llevaba una carga de provocación. 

Laura lo miró de reojo, y aunque intentó mantener el ceño fruncido, notó cómo sus palabras le provocaban un cosquilleo en el estómago. —¿Siempre hablás así con tus pasajeras? —preguntó, esta vez con menos enojo y más curiosidad. 

—Solo cuando la pasajera es una mina como vos —respondió él, arriesgándose un poco más. 

Ella no pudo evitar una sonrisa pequeña, casi imperceptible, pero suficiente para que Rubén notara que su estrategia estaba funcionando. 

—Bueno, arrancá de una vez —dijo ella, pero esta vez su tono era menos seco, más juguetón. 

Rubén sonrió para sí mismo mientras ponía primera y el auto comenzaba a moverse. El viaje de regreso prometía ser mucho más interesante que el de ida. 

El remis avanzaba lentamente por el tráfico de la mañana, el motor ronroneando bajo el capó mientras Rubén ajustaba el espejo retrovisor una vez más, asegurándose de tener a Laura en su campo de visión. El silencio dentro del auto era cómodo, pero él sentía la necesidad de romperlo, de profundizar en esa conversación que ya empezaba a cargarse de algo más que cortesías. 

—Entonces… ¿vivís sola? —preguntó, como si fuera una pregunta casual, pero con un tono que delataba un interés genuino. 

Laura, que había estado mirando distraídamente por la ventana, desvió su atención hacia él. Sus ojos oscuros se encontraron con los de Rubén en el espejo, y por un segundo, pareció medir sus palabras antes de responder. 

—Sí, sola —confirmó, jugueteando con el borde de su vestido. —Desde hace un año más o menos. Antes compartía depto con una amiga, pero se fue a vivir con el novio. 

—Ah, qué cómodo —comentó Rubén, relajando un poco más su postura al volante. —Tener tu propio espacio, hacer lo que quieras sin que nadie te joda… aunque a veces debe ser medio aburrido, ¿no? 

Ella se encogió levemente de hombros. —Depende. A veces sí, sobre todo los fines de semana. Pero bueno, uno se acostumbra. 

Rubén aprovechó el hueco en la conversación para seguir indagando, esta vez con un poco más de audacia. —¿Y novio no tenés? —preguntó, tratando de que sonara como una simple curiosidad, aunque el pulso le aceleró apenas al formular la pregunta. 

Laura soltó una risa suave, casi como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa. —No, por ahora no. —Hizo una pausa, como si dudara en continuar, pero finalmente añadió—: Aunque no me vendría mal alguien… alguien que me acompañe, que me haga sentir bien. 

La respuesta hizo que Rubén apretara ligeramente el volante, sintiendo cómo esas palabras resonaban dentro de él. No podía evitar imaginar escenarios, posibilidades. 

—Bueno, con lo linda que sos, no me explico cómo no tenés una fila de tipos esperando —dijo, arriesgando un cumplido más directo. 

Ella bajó la mirada, pero no por timidez, sino para ocultar una sonrisa que se le escapaba. —¿Y vos? Seguro que tu mujer no te deja andar diciéndole eso a cualquiera —respondió, desviando la atención hacia él con una mirada astuta. 

Rubén respiró hondo, como si esa pregunta lo hubiera puesto en un terreno más delicado. —Bueno… la realidad es que hace tiempo que las cosas no son tan buenas en casa —confesó, con un dejo de amargura en la voz. —A veces uno extraña sentirse deseado, ¿sabés? 

El ambiente dentro del auto se volvió más íntimo, como si las paredes del vehículo los aislaran del mundo exterior. Laura notó cómo su respiración se hacía un poco más lenta, más consciente. 

—Sí, lo sé —murmuró, casi para sí misma, pero lo suficientemente alto para que él la escuchara. 

Rubén desvió la mirada hacia la carretera por un momento, como si necesitara recuperar el control de la situación. Pero no podía evitar sentir que algo estaba cambiando entre ellos, algo que iba más allá de un simple viaje en remis. 

—¿Y qué tipo de hombre te gustaría tener? —preguntó, esta vez con un tono más bajo, más personal. 

Laura dejó escapar un suspiro, como si nunca antes se hubiera permitido verbalizarlo. —Alguien que me trate bien, que me haga reír… alguien que sepa lo que quiere —respondió, y aunque no lo dijo directamente, sus ojos en el espejo parecían estar diciendo mucho más. 

Rubén asintió lentamente, como si estuviera procesando cada palabra. El auto seguía avanzando, pero en ese momento, ninguno de los dos parecía estar pensando en el destino final. 

El remis se detuvo frente al edificio de Laura, un bloque de departamentos modesto pero bien cuidado, con macetas florecidas en los balcones. Rubén apagó el motor, pero no hizo ademán de cobrarle el viaje. En cambio, se giró hacia ella, apoyando un brazo en el respaldo del asiento delantero, su mirada cálida pero ahora con un destello de audacia que no había mostrado antes. 

—Che… ¿me invitas a tomar unos mates? —preguntó, con una media sonrisa que hacía difícil saber si bromeaba o hablaba en serio. 

Laura, que ya tenía la mano en la manija de la puerta, se detuvo. Sus dedos se tensaron levemente sobre el metal frío mientras procesaba la pregunta. No era algo que hiciera normalmente—invitar a un desconocido a su casa—pero Rubén ya no se sentía como un extraño después de ese viaje. Además, la mirada de él, esa mezcla de seguridad y vulnerabilidad, le hacía cosquillas en el estómago. 

—¿En serio? —preguntó, arqueando una ceja, pero sin poder evitar que una sonrisa asomara en sus labios. 

—Total, vos misma dijiste que no tenés nada que hacer —respondió él, encogiéndose de hombros como si fuera la propuesta más natural del mundo—. Y yo tengo el día libre después de este viaje. 

Ella soltó una risa suave, jugueteando con un mechón de su pelo oscuro. —¿Y tu mujer no te va a andar buscando si te demorás? —preguntó, con un tono que ya no era de advertencia, sino de curiosidad genuina. 

Rubén sostuvo su mirada, sin apartarse. —Te dije que las cosas no andan bien… —susurró, y esta vez no había rastro de broma en su voz—. Además, solo son unos mates, ¿no? 

El silencio que siguió fue denso, cargado de posibilidades. Laura podía sentir el latido de su propio corazón en las sienes, acelerado pero no por nervios, sino por esa emoción que precede a algo prohibido. Finalmente, asintió. 

—Bueno, dale… pero solo unos mates —aclaró, aunque ambos sabían que ni ella ni él estaban pensando realmente en la infusión. 

Rubén no pudo contener una sonrisa más amplia, esos pequeños pliegues alrededor de sus ojos haciéndolo verse más joven, más vivo. —Genial —dijo simplemente, apagando por completo el motor y sacando las llaves del contacto. 

Laura bajó del auto, ajustándose el vestido que se le había pegado levemente a las piernas. Rubén la siguió, cerrando la puerta del remis con un golpe seco. Caminaron juntos hacia la entrada del edificio, sus pasos sincronizados, el taconeo de Laura marcando el ritmo. 

Al llegar al ascensor, ella pulsó el botón y esperaron en silencio, la tensión entre ellos palpable. Rubén no podía evitar mirarla de reojo—la curva de su cuello, el modo en que su cabello caía sobre sus hombros—mientras ella fingía no notarlo, aunque el rubor en sus mejillas la delataba. 

El ascensor llegó con un ding suave. Las puertas se abrieron, y Laura entró primero, seguida por Rubén, cuyo cuerpo grande parecía ocupar más espacio del habitual en la cabina estrecha. Cuando las puertas se cerraron, encerrándolos en ese cubículo íntimo, el aire se volvió aún más denso. 

—Tercer piso —murmuró Laura, más para romper el silencio que porque fuera necesario. 

Rubén asintió, pero no dijo nada. En cambio, sus ojos se encontraron con los de ella en el reflejo del espejo del ascensor, y por un instante, ninguno de los dos pudo disimular lo que sentían. 

El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron, y Laura salió primero, buscando las llaves en su bolso con manos que temblaban levemente. Rubén la siguió, su presencia sólida y cálida detrás de ella, como una promesa de lo que podría venir después. 

Al llegar a la puerta de su departamento, Laura introdujo la llave en la cerradura, la giró, y empujó la puerta hacia adentro. 

—Bienvenido —dijo, con una voz que era apenas un susurro. 

Rubén cruzó el umbral detrás de ella, y la puerta se cerró suavemente, marcando el inicio de algo que ninguno de los dos había planeado, pero que ambos, secretamente, deseaban. 


Continuara... 

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