El Viaje Inesperado +18 - Parte 2
El sonido de la puerta cerrándose detrás de ellos resonó como un eco en el pequeño departamento. Laura apenas tuvo tiempo de dejar su bolso sobre la mesa de entrada cuando sintió el calor del cuerpo de Rubén pegándose a su espalda. Sus brazos la rodearon con firmeza, atrapándola contra él antes de que pudiera reaccionar.
—Hoy eres toda mía —susurró él contra su cuello, su voz gruesa y cargada de intención.
Ella sintió el peso de su excitación presionando contra sus nalgas a través de la tela del vestido, y un escalofrío le recorrió la columna. Intentó girarse, colocando las manos sobre las de él en un intento de separarlo.
—Espera… era solo tomar mates —protestó, pero su voz sonó más débil de lo que pretendía, el aliento entrecortado.
Rubén no se dejó disuadir. Con un movimiento experto, una de sus manos se deslizó hacia arriba, agarrando uno de sus pechos con firmeza a través del vestido. Laura contuvo un gemido, sintiendo cómo sus dedos se hundían en la carne suave.
—Cuando una mujer invita a un hombre a su casa, es para una sola cosa —murmuró contra su oreja, su aliento caliente provocando que se le erizara la piel.
Ella sabía que esto podía pasar. Lo había imaginado desde el momento en que aceptó invitarlo. Pero no esperaba la urgencia con la que él la estaba manejando, como si no pudiera esperar un segundo más. Y aunque una parte de ella quería resistirse, otra parte, más profunda y primitiva, respondía a cada toque.
Rubén no le dio tiempo a pensar. Con su mano libre, agarró el borde de su vestido y comenzó a levantarlo, revelando poco a poco sus muslos, las medias de encaje, la piel dorada que temblaba bajo su tacto. Laura sintió cómo la humedad entre sus piernas crecía, una respuesta involuntaria que la delató aún más que cualquier palabra.
—Ya ves… no quieres que pare —murmuró él, notando cómo su cuerpo se arqueaba levemente hacia atrás, buscando más contacto.
Ella no respondió. No podía. Sus pensamientos se nublaban con cada caricia, con cada roce de sus dedos que ahora exploraban más allá del borde de su ropa interior.
Rubén giró su cuerpo hacia él, finalmente capturando sus labios en un beso profundo y voraz. Laura se dejó llevar, sus manos aferrándose a sus hombros mientras la pasión los consumía.
El vestido cayó al suelo, y con él, cualquier último intento de resistencia.
El vestido negro se deslizó por las curvas de Laura hasta formar un círculo oscuro en el suelo, revelando lo que había debajo: un conjunto de encaje negro que apenas contenía sus formas voluptuosas. El sostén, con sus finas tiras cayendo sobre los hombros bronceados, enmarcaba un escote generoso donde la piel morena contrastaba con el encaje oscuro. Sus pechos, firmes y redondos, se movían levemente con cada respiración acelerada. Más abajo, la cintura se estrechaba antes de abrirse de nuevo hacia caderas pronunciadas, donde la tanga de encaje desaparecía entre sus nalgas, dejando al descubierto la parte inferior de sus glúteos tersos. Las medias, sujetas por ligueros delicados, dibujaban líneas seductoras sobre sus muslos, terminando en tacones altos que hacían arquear sus pantorrillas.
Rubén la observó con ojos oscuros, hambrientos, mientras desabrochaba su propio cinturón con manos que apenas disimulaban su urgencia.
—Ponte de rodillas —ordenó, con una voz que ya no dejaba espacio para negociaciones.
Laura sintió un nuevo escalofrío, pero esta vez no de duda, sino de anticipación. Lentamente, dobló las piernas hasta que sus rodillas encontraron la suavidad de la alfombra. Desde abajo, podía ver cómo Rubén liberaba su miembro, ya erecto, grueso y con una vena que latía bajo la piel.
—Vamos, no te hagas rogar —murmuró él, acariciándole la mejilla con el dorso de los dedos antes de guiarlo hacia sus labios.
Laura abrió la boca, sintiendo primero el contacto salado contra sus labios antes de dejar que la punta se deslizara sobre su lengua. Rubén no le dio tiempo a acomodarse; con un movimiento firme de caderas, empujó más adentro, hasta que ella sintió cómo golpeaba el fondo de su garganta.
—Mierda… —gruñó él, enredando una mano en su pelo para controlar el ritmo—. Sabía que serías buena chupando, pero esto…
Laura no podía hablar, pero sus ojos negros, ligeramente llorosos por el esfuerzo, se alzaron para encontrarse con los de él. Movió la lengua alrededor del glande, saboreando el sabor masculino, antes de hundir la cabeza de nuevo, esta vez con más confianza.
—Así, justo así —murmuró Rubén, conteniendo un gemido—. Toma toda la porquería que te gusta, ¿eh?
Ella respondió con un sonido gutural, vibrante, que hizo que él cerrara los puños con más fuerza en su cabello. Con cada movimiento, la humedad entre sus propias piernas aumentaba, y el roce de la tanga de encaje contra su piel sensible la hacía contonearse levemente en busca de alivio.
—Te encanta, ¿verdad? —preguntó Rubén, notando cómo su cuerpo respondía—. Por eso invitaste a un hombre mayor… sabías que te iba a usar como necesitas.
Laura no podía negarlo. Incluso si hubiera querido, la manera en que sus dedos se aferraban ahora a los muslos de él, animándolo a moverse más rápido, era respuesta suficiente.
Rubén sonrió, satisfecho, antes de volver a llenarle la boca, esta vez con un ritmo que no dejaba espacio para nada más que la entrega total.
Rubén retiró su miembro húmedo de la boca de Laura con un pop audible, dejando un hilo de saliva conectando sus labios brillantes con la punta enrojecida. Con un movimiento brusco pero calculado, la levantó de las rodillas y la empujó contra el borde de la mesa del living. La madera fría se estremeció al recibir su peso, y el crujido de la tanga al ser corrida a un lado resonó como un susurro obsceno.
—Así que esto es lo que querías, ¿no? —gruñó Rubén mientras posicionaba la punta en su entrada, sintiendo cómo ella ya estaba completamente empapada—. Una putita solitaria que necesita que un hombre casado le enseñe su lugar.
Laura gimió cuando la penetró de un solo empujón, llenándola de golpe hasta el tope. Sus uñas se clavaron en el borde de la mesa mientras sentía cómo se estiraba para acomodar su grosor.
—Dios... sí... —jadeó, arqueando la espalda contra la superficie dura.
Rubén no le dio tiempo de acostumbrarse. Comenzó a moverse con embestidas profundas y ritmo constante, cada empujón haciendo que las caderas de Laura choquen contra la mesa. El sonido húmedo de sus cuerpos uniéndose se mezclaba con los gemidos entrecortados de ella.
—Mírate —le ordenó, agarrando sus muslos con fuerza para abrirla más—. Mírate siendo follada por un tipo que ni siquiera conocías hace una hora.
Laura obedeció, bajando la mirada hacia donde sus cuerpos se conectaban. Ver cómo desaparecía dentro de ella, una y otra vez, le provocó una oleada de vergüenza y excitación.
—¿Te gusta sentir cómo te uso? —preguntó Rubén, acelerando el ritmo—. ¿Saber que mi mujer no tiene idea de que estoy aquí, reventando tu coñito apretado?
—¡Sí! —gritó Laura, sintiendo cómo cada palabra sucia lo excitaba más—. ¡Más duro!
Rubén maldijo entre dientes y cambió el ángulo, buscando ese punto que la haría gritar. Cuando lo encontró, Laura dejó escapar un alarido, sus piernas temblando alrededor de su cintura.
—Eso es, grita —rugió él, clavándose más profundo—. Quiero que recuerdes esta cogida cada vez que te toques.
Las embestidas se volvieron más erráticas, más urgentes. Laura podía sentirlo hinchándose dentro de ella, listo para reclamarla por completo. El aire olía a sexo y piel sudorosa, y el sonido de sus cuerpos chocando llenaba la habitación.
—Voy a... —comenzó Rubén, pero Laura lo interrumpió.
—Adentro —susurró, mirándolo directamente a los ojos—. Quiero sentirte adentro.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Con un gruñido animal, Rubén se hundió hasta el fondo y explotó, llenándola con pulsaciones calientes que hicieron que Laura se estremeciera bajo él.
Cuando finalmente se separaron, la mesa estaba desplazada varios centímetros, y el cuerpo de Laura brillaba con una fina capa de sudor. Rubén se ajustó la ropa sin prisas, mirándola con una sonrisa satisfecha.
—No creo que olvides este viaje en remis tan pronto —murmuró, pasando un dedo por su cuello húmedo antes de llevárselo a la boca.
Laura, todavía jadeando, solo pudo asentir. Sabía que ninguna fantasía en solitario volvería a ser suficiente después de esto.
Continuara...



Comentarios
Publicar un comentario